sábado, 30 de junio de 2007

Serrat y Sabina - Dos Pájaros De Un Tiro

Levantaron vuelo! Fue ayer en Zaragoza y acá va un fragmento
(lástima la presentadora pero bueh!)

viernes, 29 de junio de 2007





jueves, 28 de junio de 2007

La vida a través de ella

La primera vez que lo vi tenía diecinueve años. Hasta ese momento no me importaba llevar un salpicado de granos en mi rostro pero cuando lo conocí no soporté seguir observando en el espejo las marcas del perseverante acné adolescente. Entonces, haciendo caso a los consejos de mi madre, comencé a untarme una crema especial que, según ella, alejaría al enemigo.
Yo era una chica normal: estudiaba, realizaba las tareas de la casa que mamá nos asignaba a mis hermanas y a mí y tocaba el piano. No sé si el gusto por el instrumento era verdaderamente mío o estaba obligada a que fuera así (eso lo pienso ahora porque usted me dijo que a veces es bueno repensar la historia personal).
Los días de la cruzada antiacné signaron el comienzo del plan; no pasaba un día sin que ideara tácticas y estrategias para acercarme y conquistarle. La primera medida fue estar presente siempre que él apareciera, no importaba lo que estuviese haciendo: leyendo, lavando el baño o la cocina, todo era dejado de lado para correr a mi cuarto y cambiarme...no podía dejar que me viera con la vestimenta de “entrecasa”. Elegía vestidos o faldas cortas (aunque, en honor a la verdad, debo decirle que subía los ruedos con alfileres ya que mi madre no permitía que las usáramos más arriba de la rodilla) y completaba el atuendo con los zapatos de taco alto que mi hermana mayor se compró con su primer sueldo. También me maquillaba, pero luego él me dijo que al natural le gustaba más...no me lo expresó directamente pero yo entendí el mensaje así que comencé a resaltar únicamente los labios.
No me importa que usted esté en desacuerdo conmigo; yo sí pienso que él estaba interesado en mí, si no ¿cómo se explica que viniera cada más seguido?. Fíjese que los primeros tiempos sólo lo veía en la mañana, luego cambió el horario de su visitas al mediodía y últimamente también en la noche
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La vida a través de ella II


La percepción de que le gustaba fue alimentando el plan, no sólo debía estar vestida llamativamente sino que mi cuerpo tenía que estar de acuerdo a sus expectativas ya que en algún momento él me vería sin ropa. Porque, debo confesarle, que aunque yo apruebe la consigna “lo esencial es invisible a los ojos” también considero que para iniciar una relación duradera nada mejor que atrapar al hombre con un buen par de tetas y una cola bien parada (le ruego me disculpe la expresión pero es lo que creo y usted siempre me repite que manifieste claramente todos mis pensamientos). En cuanto a los senos, la preocupación no radicaba en el tamaño ya que a mis catorce ya usaba copa noventa, en cambio, lo que si me quitaba el sueño era que esos casi cien centímetros no cayeran al vacío ante el paso del tiempo. Por otro lado, era imprescindible que moldeara la cintura, las caderas y la cola. En fin! supongo que usted entenderá a dónde apuntaba mi plan en su faceta estética: todo tenía que estar en su lugar y en la justa medida de voluptuosidad y firmeza. Para lograr este objetivo intermedio me anoté en un club cercano a casa; mamá y mis hermanas creían que iba a nadar para combatir mis crisis asmáticas pero yo, que había leído en una Cosmopolitan que el mejor ejercicio para endurecer y quemar grasas era la gimnasia aeróbica, luchaba una hora todos los días de la semana contra mi pésima motricidad. Mis esfuerzos tuvieron una recompensa inmediata: su mirada y la forma en que movía las manos cuando me veía ir hacia él bastaron para darme cuenta que ese hombre no soportaría estar lejos de mí mucho tiempo más.
Comprendo que usted cuestione la firmeza de mis convicciones y que me objete que él nunca manifestó directamente su interés en mí...lo entiendo porque usted es hombre y los hombres, discúlpeme si lo ofendo, no comprenden de sutilezas. Además, como ya le expliqué en otras oportunidades, él era sumamente caballero y hasta tímido diría yo, por tanto, es comprensible que en ese momento de nuestra relación no se animara a confesar sus sentimientos.
Aprovechando la cercanía de mi cumpleaños número veinte no encontré mejor oportunidad para acercarme que invitarlo a mi fiesta. Yo misma le llevé la tarjeta a su lugar de trabajo; aún recuerdo la expresión de su rostro cuando se la entregué y le dije que iba a ser mi invitado de honor. En principio la sorpresa que le generó mi presencia me despistó. Si no supiera la clase de hombre que era hubiese creído que no entendía qué estaba haciendo allí, pero luego una sonrisa despejó mis dudas y comprendí que no esperaba que fuera yo quien avanzara para que el vínculo dejara de ser sólo un cruce de miradas y saludos formales.

La vida a través de ella III

Nunca llegó a la fiesta. A cambio recibí un ramo de flores con una tarjeta que decía: “Señorita: gracias por la invitación, lamento no poder concurrir. Espero que tenga un feliz cumpleaños”.
Usted pensará que su ausencia me frustró (¡ojalá sea así! ya que eso me indicaría que todo este tiempo no fue en vano y que nuestra relación -la suya conmigo y no la de él conmigo- ha llegado a una preciosa instancia en que las palabras ya no son necesarias). Pero volviendo al tema: es verdad, su falta me generó una corriente de cuestionamientos sobre nuestra unión y el interés de ese hombre en mí.
Días después, cansada de la angustia que me producía la incertidumbre decidí enfrentarlo; enfundada en el jean elastizado que mi madre, muy a su pesar, me regaló para el cumpleaños y luego de pasar dos horas frente al placard buscando con qué combinarlo, esperé su llegada. Pensando en que ya era hora de dejar de lado ese rito de seducción por donde se nos escapaba el deseo, me planté frente a él y confesé mi amor.
Estaba preparada para todo...o casi todo: ¡hasta había pensado cómo reaccionar en caso de que me dijera que me quería “como amiga”! Pero nunca para la indiferencia, nunca para que siguiera hablando como lo hizo sin siquiera mirarme. Como le dije varias veces, seguramente por el estado nervioso en que el quedé inmersa o simplemente por eso que dice usted que las personas seleccionamos nuestros recuerdos, no tengo claro qué fue exactamente lo que pasó.
Mi memoria se limita a desprender imágenes desperdigadas en la mente y entonces me veo tirándolo al piso, arrastrándolo por el living de mi casa y escucho sus palabras que lejos del miedo o el nerviosismo solicitan, tranquilamente, una pausa...nada más que una pausa. En algún momento llegamos a la azotea. Él ya no hablaba y creo que eso fue lo que más me alteró; si lo hubiese pensado seguramente no lo hubiera hecho, pero en ese momento todo me daba vueltas y mi cabeza se divertía con una asociación de ideas constante y reiterativa: fiesta sin él, acné, tacos altos, “lamento no poder concurrir”, tengo que limpiar el baño, clase de gimnasia, tarjeta, ausencia, crema para la noche, indiferencia, pausa, indiferencia, pausa, indiferencia, pausa, indiferencia....
Cuando me di cuenta él ya estaba en tirado en la vereda. Una vecina me gritó desde enfrente: Laurita ¿qué haces? ¡estás loca! ¿por qué tiraste el televisor?.

De idas y vueltas

El domingo me reencontré con una amiga que hacía 10 años que no veía. Una década sin saber practicamente nada una de la otra. Claro que no pudimos ponernos al día en tan sólo ocho horas pero para empezar a recuperar una relación no estuvo mal.
El año pasado, luego de otros tantos años de distancia, me encontré con otra amiga (éramos algo así como el trío maravilla en nuestra niñez). Todavía hoy tratamos de aclararnos los agujeros negros que el tiempo y la distancia produjeron y es buenísimo reconocer en esas mujeres adultas a las niñas que compartíamos merienda y barbies.
Creo que es una señal de vejez,,,jaja, eso de andar buceando en los recuerdos y recuperando afectos que se creen perdidos. Lo bueno es saber y confirmar que los vínculos que nos ayudaron a ser lo que somos no quedaron atrás, es sólo cuestión de renovarlos

Cuando los hilos se entreveran


miércoles, 27 de junio de 2007