jueves, 28 de junio de 2007

La vida a través de ella

La primera vez que lo vi tenía diecinueve años. Hasta ese momento no me importaba llevar un salpicado de granos en mi rostro pero cuando lo conocí no soporté seguir observando en el espejo las marcas del perseverante acné adolescente. Entonces, haciendo caso a los consejos de mi madre, comencé a untarme una crema especial que, según ella, alejaría al enemigo.
Yo era una chica normal: estudiaba, realizaba las tareas de la casa que mamá nos asignaba a mis hermanas y a mí y tocaba el piano. No sé si el gusto por el instrumento era verdaderamente mío o estaba obligada a que fuera así (eso lo pienso ahora porque usted me dijo que a veces es bueno repensar la historia personal).
Los días de la cruzada antiacné signaron el comienzo del plan; no pasaba un día sin que ideara tácticas y estrategias para acercarme y conquistarle. La primera medida fue estar presente siempre que él apareciera, no importaba lo que estuviese haciendo: leyendo, lavando el baño o la cocina, todo era dejado de lado para correr a mi cuarto y cambiarme...no podía dejar que me viera con la vestimenta de “entrecasa”. Elegía vestidos o faldas cortas (aunque, en honor a la verdad, debo decirle que subía los ruedos con alfileres ya que mi madre no permitía que las usáramos más arriba de la rodilla) y completaba el atuendo con los zapatos de taco alto que mi hermana mayor se compró con su primer sueldo. También me maquillaba, pero luego él me dijo que al natural le gustaba más...no me lo expresó directamente pero yo entendí el mensaje así que comencé a resaltar únicamente los labios.
No me importa que usted esté en desacuerdo conmigo; yo sí pienso que él estaba interesado en mí, si no ¿cómo se explica que viniera cada más seguido?. Fíjese que los primeros tiempos sólo lo veía en la mañana, luego cambió el horario de su visitas al mediodía y últimamente también en la noche
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