jueves, 28 de junio de 2007

La vida a través de ella II


La percepción de que le gustaba fue alimentando el plan, no sólo debía estar vestida llamativamente sino que mi cuerpo tenía que estar de acuerdo a sus expectativas ya que en algún momento él me vería sin ropa. Porque, debo confesarle, que aunque yo apruebe la consigna “lo esencial es invisible a los ojos” también considero que para iniciar una relación duradera nada mejor que atrapar al hombre con un buen par de tetas y una cola bien parada (le ruego me disculpe la expresión pero es lo que creo y usted siempre me repite que manifieste claramente todos mis pensamientos). En cuanto a los senos, la preocupación no radicaba en el tamaño ya que a mis catorce ya usaba copa noventa, en cambio, lo que si me quitaba el sueño era que esos casi cien centímetros no cayeran al vacío ante el paso del tiempo. Por otro lado, era imprescindible que moldeara la cintura, las caderas y la cola. En fin! supongo que usted entenderá a dónde apuntaba mi plan en su faceta estética: todo tenía que estar en su lugar y en la justa medida de voluptuosidad y firmeza. Para lograr este objetivo intermedio me anoté en un club cercano a casa; mamá y mis hermanas creían que iba a nadar para combatir mis crisis asmáticas pero yo, que había leído en una Cosmopolitan que el mejor ejercicio para endurecer y quemar grasas era la gimnasia aeróbica, luchaba una hora todos los días de la semana contra mi pésima motricidad. Mis esfuerzos tuvieron una recompensa inmediata: su mirada y la forma en que movía las manos cuando me veía ir hacia él bastaron para darme cuenta que ese hombre no soportaría estar lejos de mí mucho tiempo más.
Comprendo que usted cuestione la firmeza de mis convicciones y que me objete que él nunca manifestó directamente su interés en mí...lo entiendo porque usted es hombre y los hombres, discúlpeme si lo ofendo, no comprenden de sutilezas. Además, como ya le expliqué en otras oportunidades, él era sumamente caballero y hasta tímido diría yo, por tanto, es comprensible que en ese momento de nuestra relación no se animara a confesar sus sentimientos.
Aprovechando la cercanía de mi cumpleaños número veinte no encontré mejor oportunidad para acercarme que invitarlo a mi fiesta. Yo misma le llevé la tarjeta a su lugar de trabajo; aún recuerdo la expresión de su rostro cuando se la entregué y le dije que iba a ser mi invitado de honor. En principio la sorpresa que le generó mi presencia me despistó. Si no supiera la clase de hombre que era hubiese creído que no entendía qué estaba haciendo allí, pero luego una sonrisa despejó mis dudas y comprendí que no esperaba que fuera yo quien avanzara para que el vínculo dejara de ser sólo un cruce de miradas y saludos formales.

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