jueves, 28 de junio de 2007

La vida a través de ella III

Nunca llegó a la fiesta. A cambio recibí un ramo de flores con una tarjeta que decía: “Señorita: gracias por la invitación, lamento no poder concurrir. Espero que tenga un feliz cumpleaños”.
Usted pensará que su ausencia me frustró (¡ojalá sea así! ya que eso me indicaría que todo este tiempo no fue en vano y que nuestra relación -la suya conmigo y no la de él conmigo- ha llegado a una preciosa instancia en que las palabras ya no son necesarias). Pero volviendo al tema: es verdad, su falta me generó una corriente de cuestionamientos sobre nuestra unión y el interés de ese hombre en mí.
Días después, cansada de la angustia que me producía la incertidumbre decidí enfrentarlo; enfundada en el jean elastizado que mi madre, muy a su pesar, me regaló para el cumpleaños y luego de pasar dos horas frente al placard buscando con qué combinarlo, esperé su llegada. Pensando en que ya era hora de dejar de lado ese rito de seducción por donde se nos escapaba el deseo, me planté frente a él y confesé mi amor.
Estaba preparada para todo...o casi todo: ¡hasta había pensado cómo reaccionar en caso de que me dijera que me quería “como amiga”! Pero nunca para la indiferencia, nunca para que siguiera hablando como lo hizo sin siquiera mirarme. Como le dije varias veces, seguramente por el estado nervioso en que el quedé inmersa o simplemente por eso que dice usted que las personas seleccionamos nuestros recuerdos, no tengo claro qué fue exactamente lo que pasó.
Mi memoria se limita a desprender imágenes desperdigadas en la mente y entonces me veo tirándolo al piso, arrastrándolo por el living de mi casa y escucho sus palabras que lejos del miedo o el nerviosismo solicitan, tranquilamente, una pausa...nada más que una pausa. En algún momento llegamos a la azotea. Él ya no hablaba y creo que eso fue lo que más me alteró; si lo hubiese pensado seguramente no lo hubiera hecho, pero en ese momento todo me daba vueltas y mi cabeza se divertía con una asociación de ideas constante y reiterativa: fiesta sin él, acné, tacos altos, “lamento no poder concurrir”, tengo que limpiar el baño, clase de gimnasia, tarjeta, ausencia, crema para la noche, indiferencia, pausa, indiferencia, pausa, indiferencia, pausa, indiferencia....
Cuando me di cuenta él ya estaba en tirado en la vereda. Una vecina me gritó desde enfrente: Laurita ¿qué haces? ¡estás loca! ¿por qué tiraste el televisor?.

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